Ese día, Juan Pérez se levantó bastante optimista. En esos pocos días que tenía libres en Semana Santa había decidido resolver algunos papeles y había reservado cita previa para la renovación del pasaporte de su hijo, caducado por cumplir catorce años, a través de internet, y se felicitaba por haberse ahorrado las colas y los numeritos de espera que otras veces había tenido que aguantar. ¡Por fin empezaban a verse los efectos de la Ley de Acceso Electrónico de los Ciudadanos a los Servicios Públicos!.
Cuando se preparaba para salir, recogió los DNI suyo y de su hijo, fotografías, pasaporte caducado y… no encontró por ningún lado el libro de familia. En la WEB del Ministerio del Interior decían que había que acreditar la patria potestad o tutela, así que cogió una fotocopia del libro de familia y la partida de nacimiento que en su día sirvió para solicitar el pasaporte original.
Desgraciadamente, el acopio de documentos que llevaba Juan Perez no le pareció suficiente al funcionario encargado de la renovación. La partida de nacimiento había expirado, las fotocopias no valían, y el pasaporte caducado no servía para nada. ¿Pero no era la administración la que sabía, a través del registro civil, que él era su padre? ¿ No estaban ambos correctamente identificados, con su DNI? ¿No podía hacer una simple consulta telemática al registro?. El funcionario miró a Juan Pérez como si viese un platillo volante.
De vuelta en casa, un poco frustrado, se hinchó de buscar el famoso libro de familia, pero no lo encontró. Resignado, se dispuso a solicitar una copia. También podría volver a pedir un nuevo certificado de nacimiento, pero el libro había que pedirlo de todas todas, y además tenía la ventaja de que no caducaba.
Como se había casado en el maravilloso pueblo de Matalascabrillas de Abajo, buscó por Internet y encontró el teléfono del Juzgado de Paz. Llamó y le dijeron que no había ningún problema en solicitar una copia. Pero que estos trámites sólo los hacían los viernes por la tarde, de 4 a 7 (la administración del 3×1, no la del 7×24, pensó). Como esa semana era semana santa, hasta dentro de 10 días no podría acudir a pedir su duplicado.
Diez días después, allí estaba. La excursión desde Madrid le había llevado una hora en coche, pero al fin y al cab0 era un viaje necesario. A su mujer y a él les pareció un sitio muy coqueto e idílico cuando se casaron. Esto era cierto, pero ahora empezaba a resultar también poco práctico.
Como era un juzgado pequeño, sólo tuvo que esperar media hora. Pero fué media hora en vano. La funcionaria del juzgado de paz le dijo que, aunque se había casado allí, no le podían dar el libro de familia, ya que eso sólo se podía pedir en el municipio donde estaba empadronado. Le dió un certificado literal de matrimonio y le dijo que fuese al registro civil de Madrid donde le harían el Libro de Familia dichoso.
A la semana siguiente, Juan Pérez se dipuso de nuevo volver a la carga. Se informó por Internet y vió que el Registro Civil único de Madrid estaba abierto de lunes a viernes, de 9 a 14 horas. Se esfumaron sus esperanzas de pedirlo por Internet: se podian pedir los certificados pero no el Libro de Familia. Este había que ir en persona, y además, con ese horario, tendría que hacerlo en sus horas de trabajo.
No estaba lejos de su trabajo: Google Maps le dijo que tardaría media hora andando. Algo más le costó averiguar que no había ningún transporte urbano directo, y aparcar por allí sería poco menos que una quimera. Así que mientras iba a patita, reflexionaba por el camino un viejo chiste de su padre: «vamos a ir en un coche que tiene el motor de garbanzos«. Juan Pérez empezó a pensar que, por mucha administración electrónica que decían que hubiese, todavía quedaba mucho camino «de garbanzos» a recorrer para hacer realidad lo que decía en la introducción de la Ley 11/2007:
…En todo caso, esas primeras barreras en las relaciones con la Administración -la distancia a la que hay que desplazarse y el tiempo que es preciso dedicar- hoy día no tienen razón de ser. Las tecnologías de la información y las comunicaciones hacen posible acercar la Administración hasta la sala de estar de los ciudadanos o hasta las oficinas y despachos de las empresas y profesionales…»
Ya en el Registro, después de la cola de información donde le mandaron a la planta quinta, (subió andando por estar atestado el ascensor) , cuando entró en la sección de duplicados le dijeron, amablemente, que allí no era: que si no se había casado en Madrid, tenía que ir a la planta cuarta.
Juan fué a la planta cuarta: departamento de Auxilio Registral: le aclararon, también muy amablemente, que ellos no podían hacer un libro de familia si el matriomonio no se había celebrado en Madrid; que había que pedirlo al Juzgado de Paz donde se había celebrado el matrimonio; que el certificado de matrimonio no servía para nada; pero que, afortunadamente, ellos se iban a encaragar de los trámites.
Mientras la funcionaria redactaba la súplica, que luego firmaría él, Juan se preguntaba porqué narices si el libro de familia era para él y había ido en persona al Juzgado de Paz, no habían querido dárselo. ¿No era mucho más fácil o rápido?. Cuando preguntó, entonces, para cuando iba a poder recogerlo, las noticias fueron aún peores «Huy¡, eso no se sabe, varía mucho según cada juzgado de paz. A veces tardan meses…«
Juan se echó a temblar. Pero eso no era todo: para inscribir a los hijos había que pasar por la planta quinta. «Para eso tiene usted que venir, recoger el Libro, y subirlo a la planta quinta» «¿No puden ustedes subirlo una planta ?» «No, tiene usted que firmar que lo ha recogido» «¿Y cuánto tardan?» «No lo sé, pero teniendo en cuenta la fecha de nacimiento, no creo que lo tengan en el día«. Eso suponía al menos dos visitas más al registro civil, una para subir el libro de la planta cuarta a la quinta, y otra para recoger ya el libro con todo todito todo. Y claro, luego ir a renovar el pasaporte de marras.
Le pidieron sus datos, y cuando le pidieron el teléfono, Juan pensó que era para avisarle cuando recibiesen el libro, para que pasase a buscarlo. Su ilusión se desvaneció cuando le ofrecieron después un sobre en el que tuvo que escribir su dirección. «¿No me avisarán por teléfono, para acudir lo antes posible?». «No». Seguramente, pensó, el aviso telefónico requiere el uso de una tecnología demasiado innovadora para los funcionarios del Registo Civil Único de Madrid. De todos modos, si no piensan usar el teléfono, ¿para qué lo piden?.
De vuelta al trabajo, Juan seguía rumiando el tema. Desde luego, cuando consiguiese el libro de marras, lo iba a guardar como oro en paño. Mucha bombo con la AE, pero en la realidad el papel es el papel. Pensó que para el próximo viaje, cuando tuviese que ir a recoger el libro, se iba a meter antes un buen cocido para el cuerpo, para que tuviese pleno sentido su aventura con la Administración de los garbanzos.