Pablo Fernández se levanta como cada día y acude a su puesto de trabajo, a la hora de siempre. Por el camino sigue dando vueltas a la conversación de ayer. Su nuevo jefe, un Subdirector proveniente de otro Ministerio, ha decidido cambiar completamente el procedimiento de tramitación de reclamaciones. A pesar de sus protestas, y de las explicaciones de los efectos indeseados para los ciudadanos, primero, y para los funcionarios, después, su nuevo jefe cree que este cambio es necesario para arreglar algunos defectos, de forma y de fondo, del procedimiento.
Pablo, al rato de pensarlo, ha decidido no concederle mayor importancia. A fin de cuentas, es el cuarto jefe en tres años. Los anteriores vinieron con ideas parecidas, proponiendo cambios y exigiendo dedicación. Los trabajos empezaron, pero fueron revisados por tanta gente que no alcanzaron la fase de propuesta. Cuando ya parecía que estaban salvados todos los obstáculos, o bien el proyecto no empezaba, o bien al poco de empezar se veian tantas pegas que no se utilizaba y se volvía a los métodos anteriores.
Pablo tiene claro que «los de arriba» necesitan algo para enseñar y para demostrar que están allí para cumplir una función y no simplemente para ocupar una silla. Lo malo es que, a veces, hasta se creen de verdad que han sido nombrados por su capacidad para el cargo y por sus conocimientos sobre la materia, e intentan enseñar a todos el funcionamiento de los menores detalles como si llevasen veinte años haciéndolo.
A Pablo le cuesta bastante callarse y aguantarse las ganas de decir lo que piensa sobre la competencia del recién llegado. Pero también piensa que, en el fondo, como el que acaba de llegar durará dos días, para qué va a complicarse la vida y amargarse. Así que a callar y obedecer, que el tiempo pondrá a cada uno en su sitio.
Circa 2004.
De la serie «Papeles encontrados en una bañera».
3 respuestas a «Pablo Fernández»
Jaja, muy bueno… espero que la bañera tenga más papeles
¡Bendito tiempo, que todo lo cura!. Este es el consuelo de los funcionarios: pensar que más tarde o más temprano el Director, Subidirector y así sucesivamente estarán fuera en tres o cuatro años.
El único inconveniente es que durante el tiempo que están nos hacen la vida imposible. Y entran como un elefante en una cacharrería.
Creo que nos llamamos funcionarios porque, a fin de cuentas, funcionamos y hacemos que la maquinaria funcione.
Si, si, Rosa:
Funcionario: dícese del empleado público que funciona, a pesar de sus jefes.
😀 😀
Esta es una historia cíclica.
Emilio: algunos papeles más creo que había en la bañera, a ver si los encuentro por ahí.