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Trabajólicos

workaholic1Cuando estuve en Japón, entonces en la cima de su fama como meca de la tecnología y del éxito como potencia económica, descubrí un gracioso mote que ponían a aquellos que excedían las 200 horas extras al mes (las máximas permitidas en los acuerdos con los sindicatos): workaholics (mal traducida como Workaholicos). Entendieron perfectamente que llegado un punto, la excesiva dedicación a la empresa o administración para la que uno trabaja no deja de ser un vicio, y no de los más sanos por cierto.

Pilar Jericó acaba de publicar dos interesantes artículos (y II) comentando las posibles causas y soluciones de esa adicción que curiosamente no está tan mal vista como otras más mundanas, al alcohol, tabaco, a la comida, o al sexo. Entre las posibles causas, la soledad o el divorcio. Entre las soluciones, una agencia matrimonial.

Recuerdo que mi entrada en la Administración, allá por el año 93, llegó acompañada de un aumento del horario trabajado (¡quién me lo iba a decir!) y de un descenso del sueldo respecto a la empresa privada. El descenso del sueldo no necesita explicación, pero el aumento de horario lo puedo explicar así.

Como decía, al poco de entrar en la Administración pasé a dirigir el Area de Sistemas del Ministerio de Industria, con unas 15 personas a mi cargo. Una mayoría de esas personas, al igual que en el resto del Ministerio, hacían jornada sólo de mañanas. Reuniones, despachos continuos y diversas interrupciones e imprevistos ocupaban las mañanas por lo que las labores que precisaban especial tranquilidad y dedicación, informes, especificaciones, pliegos y diversos documentos técnicos o administrativos habían  de hacerse por las tardes. Así llegó un punto en el que salir después de las siete se convirtió en la norma habitual, no solo en mí sino que era lo corriente en muchos casos como el mío. 

En esa espiral descubrí que la única solución para no prolongar de forma indefinida la jornada laboral era buscar ocupaciones externas de horario fijo que obligasen a cerrar las carpetas (quiero decir el PC) a una hora razonable y salir pitando del Ministerio. Así comencé una diversidad de actividades en centros culturales, probé el yoga, luego el tai-chi y ahora ya ando por las clases de bailes de salón.

De todos modos, comentábamos este verano Rosa Cobos y yo que el horario que hacemos en los Ministerios es en ocasiones desmesurado. Y además tengo serias dudas de que ese exceso de dedicación horaria tenga una correspondencia equivalente en productividad. Más bien se diría que se sigue midiendo el rendimiento de la gente no por el trabajo que sacan sino por la hora a la que fichan.

Sea por lo que sea, parece que todo ascenso jerarquico viene acompañado necesariamente por un ascenso de hora de salida del trabajo. A mi la verdad es que ese pequeño factor parece que va a acabar siendo el que limite mi carrera profesional, porque no estoy dispuesto a sacrificar el resto de mi vida personal a la entrega a «lo público» y porque es insano vivir de esa forma, y además por el mal ejemplo que se crea para el resto de trabajadores. Las carencias de rendimiento y productividad deberían tener mejores soluciones que prolongar la jornada laboral.

A ese respecto, recomiendo la lectura de Heinlein «The story of the lazy man» dentro de su libro «Time enough for love». Para aquellos demasiado vagos para leerlo, lo resumiré aquí: se cuenta la historia de éxito de un hombre vago, que para no trabajar, buscaba siempre formas más fáciles de hacer las cosas. Y esa búsqueda producía constantemente progresos que le daban pingues beneficios.

Por Felix Serrano

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2 respuestas a «Trabajólicos»

Excelente reflexión, Félix. Trabajé durante cinco o seis años en una Unidad donde entrar y salir a tu hora era algo raro. Recuerdo que cuando a las tres menos cinco empezaba a recoger mi mesa y a cerrar el ordenador, algunos compañeros (incluido el propio Jefe) me miraban de tal forma que parecía que estuviese cometiendo una infracción muy grave. Sólo estaba cumpliendo con mi horario.

No sé a qué se dedicaban estos compañeros durante gran parte de la mañana porque todas las tardes tenían que ir a trabajar (incluido el Jefe); claro que, a fin de mes, casi doblaban su sueldo…

¡Hay que disfrutar de la vida! Más que nada, porque no vamos a tener otra.

A veces se confunde permanencia en el lugar de trabajo con resultados, y generalmente no tiene nada que ver.

Es más, si permaneciendo más horas consigues los mismos o menos resultados, lo que pasa es que la productividad baja, lo cual es mala señal.

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