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222

«222… la galleta que se pide por su número»

Quizás algunos de los lectores recuerden este anuncio de los años sesenta, los años de la explosión publicitaria, con unos eslóganes inocentes y pegadizos. Bueno, en este artículo, un tanto especial y personal, haremos uso de ese eslogan, con permiso de las galletas Solsona. El porqué… lo veréis a continuación.

200 artículos

Según mi «asesor personal de WordPress», este será mi artículo 200. Una barbaridad. Si me hubiesen dicho que iba a llegar a escribir doscientos artículos, no me lo hubiese creído, desde luego. Dicen que en la vida de un hombre (o mujer) hay que hacer tres cosas: plantar un árbol, tener un hijo, y escribir un libro. Lo primero es relativamente fácil. Lo segundo ya es un poquito más complicado, aunque visto desde ahora es la aventura más emocionante que me ha tocado vivir. Pero escribir un libro es, de las tres cosas, lo que queda más alejado de las posibilidades de los mortales corrientes.

¿Es equivalente escribir 200 artículos en un blog a escribir un libro?. Sí y no. Si fuese por letras, frases y párrafos, si fuese por páginas, desde luego lo sería. También hay algunos paralelismos. Suele haber un hilo conductor, relacionado con la temática del blog. También hay un hilo temporal, formado por la escala de tiempos en que van saliendo los artículos.

Pero la verdad es que un blog no va de eso, o si me apuran, es una experiencia distinta, ya que en el blog es fundamental el aspecto social. No sólo la participación de los comentaristas, sino la presencia de una mucho mayor masa de lectores «anónimos». Y otro factor distinto es la inmediatez. El hecho de que los escritos son leídos horas después de su aparición, propagados por la red mediante ecos de personas o máquinas que reenvían filtran o reaccionan de alguna manera a la novedad.

Reconozco que el primer impulso que me llevó a escribir en un blog fué simplemente experimentar con estas herramientas. El segundo fué contar mi visión personal de ciertas ideas o situaciones con las que me enfrento cada día. Y el tercero es el impulso social, el deseo de exponer una reflexión y comprobar cómo era tomada por aquellos que se tomaban la molestia de leerlo, y en algunos casos, de comentarlo.

Ahora bien, no sé para los demás escritores, pero para mi, escribir en el blog a veces es como andar por el filo de una montaña, con abismos a ambos lados, intentando mirar hacia adelante y avanzar, pero con mucho cuidado de no dar un paso en falso.

Algunos escritores, funcionarios como yo, escriben con seudónimo. Quiero creer que es más fácil, o al menos menos arriesgado, pues las palabras comprometen más a aquel que las firma con su nombre y apellidos, y por escrito. En todo caso es una elección que tomé hace ya tiempo. Pero esa decisión, como todas las decisiones, es revisable.

Por otro lado, ese mismo aspecto potencia el poder del blog, el poder de difundir las ideas y sobre todo de plantear las reflexiones, para que otros las continúen. Algunos lo harán en público y otros en privado. A algunos les gustarán, y a otros no. No busco conseguir un fin concreto con esta actividad, más allá de sentirme un poco menos solo al compartir mis pensamientos con mis lectores que son en su mayoría también compañeros de esta aventura que representan trabajar en tecnología para mejorar la Administración.

20 años

El 10 de enero de 1992, se publicó en el BOE la convocatoria de pruebas selectivas para el ingreso en el Cuerpo Superior de Sistemas y Tecnologías de la Información de la Administración del Estado. El año de 1992 fué en el que se desarrolló todo el proceso selectivo, culminando el 11 de diciembre de 1992, con la resolución del Tribunal en la que se decidieron los opositores aprobados.

1992 fué, además del año de la Expo 92 y de las olimpiadas, el año en que nació mi primer hijo y el año en que me presenté y aprobé las oposiciones a funcionario TIC. 1992 fué un año desde luego crucial en mi vida.

Hace 20 años ya.

Ayer oí a Felipe Gonzalez hablando con Jordi Évole, en el programa Salvados. Felipe comentaba que, después de 14 años en el gobierno, tras dejarlo nunca tuvo síndrome de abstinencia, es más, cuando dejó de gobernar, tuvo «un sentimiento de liberación del diablo».

Esta claro que no son situaciones comparables. Tampoco es este el sitio ni el momento de hacer balance de esos 20 años, plagados de situaciones, historias y anécdotas (¿veis?, ese sí podría ser un buen tema para un libro). Pero visto desde la distancia, sí me gustaría hacer algunas reflexiones de estos 20 años de carrera.

Cuando entré en la Administración, las TIC no eran ni una remota sombra de lo que son hoy en día. Entonces, en los sitios mejor preparados (que no eran muchos) había grandes ordenadores corporativos «mainframes», con aplicaciones casi todas en modo Batch, y muy importante, con el que se confeccionaba la nómina. Empezaban a surgir algunas redes locales, a velocidades de unos pocos megabit por segundo, por supuesto desconectadas del mainframe. Había unos aparatos «PC» con Wordperfect que servían para escribir cartas y corregirlas, sin necesidad de typex. Windows 3.11, el primer sistema de Microsoft preparado para redes, estaba justo saliendo. Internet prácticamente no existía, salvo en universidades y centros de investigación. Los pocos servicios comerciales electrónicos existentes eran propietarios, como Compuserve, del que yo era abonado.

Desde luego, el mundo ha cambiado mucho desde entonces, y ese cambio viene representado sobre todo por la explosión de Internet y por todo lo que ello implica.

Pero la Administración, al menos la que percibo desde mi rinconcito de funcionario, ha cambiado bastante poco. Si, tenemos la Administración Electrónica, que nos permite realizar el trámite desde casa, y en cualquier horario. Pero los trámites vienen siendo más o menos los mismos, y consisten en las mismas operaciones. Ni siquiera han cambiado visiblemente los plazos de realización de la mayoría de los trámites.

Las estructuras internas de la Administración son muy parecidas a las que había hace 20 años, y también es muy parecido el concepto con el que se define el servicio público. Sólo ha cambiado el medio, el uso masivo de la tecnología para movilizar la Administración, pero con muy pocos efectos prácticos que se trasladen en una mayor eficacia y eficiencia, o en la aparición de nuevos servicios públicos, nuevos en el sentido de cómo se utilizan y cómo afectan a la vida de la gente.

Me gusta pensar que es posible que mi trabajo sea útil para la sociedad. Que no soy un mero comprador de hardware y software y contratador de servicios para desarrollar aplicaciones de tramitación o de ventanilla electrónica. Que detrás de esas lineas de internet, detrás de esos PC o MAC, hay personas que esperan que les atendamos, que les resolvamos su problema o necesidad, que lo hagamos rápido y seguro, y barato, porque el ciudadano nos está pagando, y espera que gastemos su dinero, el dinero de todos, de la mejor manera posible.

Pero yo todo esto lo veo muy difícil si no comienza una verdadera transformación, una transformación desde dentro, de la forma en que se plantean los problemas y de la forma en que se resuelven. Me gustaría que se trabajase más en equipos orientados a proyectos que en organizaciones jerarquizadas lentas y costosas. Me gustaría que se analizasen los servicios y la forma en que se prestan, sus costes reales y el valor que aportan al ciudadano, estableciendo las prioridades que permitan aprovechar mejor los recursos y fondos disponibles. Me gustaría que se aprovechase mejor el talento y el conocimiento de las personas que trabajan para la Administración, evitando inventar la rueda una y otra vez, y que se les diese al menos el reconocimiento apropiado a su trabajo.

… y 2 visiones

Mi carrera profesional se compone de dos etapas, la primera de ella realizada en la empresa privada como ingeniero, la segunda en la administración  como funcionario. Tengo por tanto y conservo dos visiones sobre mi trabajo. Una es la visión del técnico, del constructor. La otra es la visión del abogado, del regulador. No son tan distantes ni tan contrapuestas como podría parecer. De hecho, los que conocen la ingeniería de telecomunicaciones, saben que la esencia del funcionamiento de las redes es la existencia de normas, que nosotros llamamos protocolos, que permiten el entendimiento de dispositivos y sistemas de muy diversa procedencia y manufactura. El entendimiento nunca es automático e infalible: por eso es necesaria la interoperabilidad. Pero las normas permiten conseguir que las cosas funcionen.

Así pues me siento bastante cómodo aplicando métodos de análisis «ingenieriles» a los procedimientos administrativos, al diseño de los procesos necesarios para el tratamiento de los diversos trámites, incluso me siento cómodo diseñando las regulaciones apropiadas para la prestación de los servicios.

Además no creo que sea bueno establecer a priori prejuicios sobre los trabajadores de la administración en función de su formación universitaria o su cuerpo de ingreso. Cada persona tendrá unas capacidades y habilidades y por supuesto unas preferencias sobre los tipos de actividades en las que mejor se desenvuelve. Pero si algo he aprendido es que el buen funcionamiento de las organizaciones, de los servicios, precisa de la colaboración de todos, cada uno aportando su punto de vista, que lógicamente no siempre será el mismo, ¡y mejor que no lo sea!. La diversidad es necesaria, hay que fomentarla y aprovecharla.

En fin, creo que por hoy ya es bastante. En próximos artículos abordaremos de nuevo cuestiones más concretas, menos personales, y más de actualidad.

Hasta pronto.

Por Felix Serrano

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3 respuestas a «222»

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